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somos unos blanditos

¿Somos una generación de blanditos?

Hace poco leí o escuché a alguien decir que todo esto que estamos viviendo nos viene bien a las generaciones que hemos nacido ya en democracia y nos lo han dado todo hecho, porque así vivimos de cerca una tragedia parecida a una guerra o una postguerra, como vivieron nuestros padres y abuelos.

Si nos paramos a pensar, nosotros “solo” hemos vivido la lacra del terrorismo de ETA, los atentados del 11-M, los de Barcelona en 2017, la crisis económica y social de 2008 y alguna cosilla más, pero en general, nunca nos hemos enfrentado a una tragedia tan acentuada y prolongada en el tiempo como la actual. 

Hasta ahora, más o menos, hemos vivido en una balsa de aceite y, en caso de que el camino se pusiera cuesta arriba, ahí estaban nuestros padres y abuelos para ayudarnos, ellos que siempre tenían entre sus palabras favoritas “ahorro” y “sacrificio”, en vez de gastar alegremente y pensar solo en el presente y en las próximas vacaciones como nosotros.

Ojo, no estoy defendiendo una actitud u otra, solo pretendo reflexionar sobre si estamos preparados para aguantar una situación de confinamiento como la actual y la consiguiente incertidumbre que todos tenemos sobre lo que pasará con nuestra vida en los próximos meses, o incluso años. 

La generación blandita

Nuestros padres y abuelos, aunque no nos lo decían abiertamente, siempre nos consideraron muy blanditos. Todos tenemos en mente expresiones como “si hubierais vivido una guerra…”; “ no estáis enseñados a trabajar duro”; “lo de ahorrar no va con vosotros ¿no?”.

Quizá eso nos los decían en la época en que empezábamos a ganar dinero, cuando nos independizamos de la unidad familiar o cuando teníamos pareja pero lo de formar una familia sonaba todavía a ciencia ficción. Sin embargo, ahora, que muchos de nosotros ya tiene familia, casa, trabajo y toda una vida montada, nos acordamos de aquellas palabras y realmente nos preguntamos en nuestro interior si seremos capaces de soportar la presión y todo lo que se nos viene encima.

Ya de entrada estamos demostrando ser unos blanditos porque, hasta ahora, solo se nos está pidiendo quedarnos en casa y, aunque la gran mayoría lo está cumpliendo de manera resignada y solidaria por todos los que están muriendo en los hospitales, por los sanitarios y por todos los que se están exponiendo para que el país continúe funcionando, aunque sea a medio gas, muchos otros se pasan el día inventando excusas y estratagemas para salir a la calle y darse un paseo más largo de lo normal o para largarse a su segunda residencia burlando a la policía.

De momento es lo único que tenemos que hacer y ya nos parece algo imposible. ¿Qué pasaría si nos obligaran a echar una mano en los hospitales de campaña? ¿O si tuviéramos que ayudar a los agricultores que necesitan mano de obra? O a los ganaderos, o a quien sea. Sin duda pondríamos el grito en el cielo. No estamos acostumbrados a recibir órdenes ni a trabajar más de lo que consideramos normal. Todo lo que escapa a nuestras capacidades nos supera.

También es cierto que nadie está preparado para un confinamiento como el que estamos sufriendo, ni siquiera nuestros padres y abuelos, a pesar de vivir ellos muchas más desgracias que nosotros. Está claro que no es nada fácil de llevar, dependiendo de las circunstancias de cada uno, pero es solo la primera prueba que debemos superar dentro de una intrincada gymkana de obstáculos que, a buen seguro, nos espera a la vuelta de la esquina. 

¿Estamos preparados para lo que viene?

Espero equivocarme pero la pandemia va a provocar un destrozo económico muy parecido al que deja una gran guerra mundial. No lo digo yo, lo dicen los que se suponen que saben de esto. Mucha gente cree que cuando, dentro unas semanas se vaya levantando el confinamiento, todos volveremos a nuestros puestos de trabajo y recuperaremos la vida que teníamos en la segunda semana de marzo. 

Quizá muchos quieren pensarlo así para mantenerse en una línea positiva y no caer en un bucle negativo, o quizá prefieren meter la cabeza bajo tierra como el avestruz para no ver la realidad tal como es, pero creo que la gran mayoría de nosotros sabemos que nada volverá a ser como antes cuando salgamos de nuestras casas.

La pregunta es clara. Nosotros, los que nacimos y crecimos entre algodones, los blanditos, los que creíamos que nuestra única lucha era tratar de subir peldaños en el escalafón social para vivir un poco mejor, ¿estamos preparados para perder de un plumazo nuestro estado de bienestar?, ¿para vivir con la mitad de lo que teníamos (en el mejor de los casos)?, ¿para renunciar a nuestros pequeños privilegios?, o en el caso de muchas personas que tendrán que enfrentarse a ello: ¿estaríamos preparados para empezar de casi cero a los cuarenta?

Sí, es cierto que de momento son conjeturas, que puede ser una visión un tanto apocalíptica de la situación, o que me encanta la ciencia ficción y las películas distópicas, pero no estaría de más si podemos adelantar trabajo y tratar de responder a alguna de estas preguntas, ya sea a nivel individual, o con nuestras parejas. Sería un buen ejercicio de humildad y aceptar (o no) que somos unos blanditos como decían nuestros padres. Veremos de lo que somos capaces.


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